04. Ceuta y su contexto temporal y espacial
Una vez analizado el patrimonio material a nivel local, hagamos un breve repaso a la historia de Ceuta (Historia de Ceuta, de los orígenes al año 2000, coordinación Fernando Villada Paredes. Tomo I y Tomo II) incidiendo tanto en los momentos más relevantes (y que a su vez nos han dejado trazas materiales e inmateriales) como en el papel desempeñado por nuestra ciudad a diferentes escalas geográficas.
Aunque estemos acostumbrados a considerar como territorio los espacios terrestres, no debemos olvidar que en el pasado, el territorio marítimo ha llegado a tener incluso mayor trascendencia. Desde el año 1.200 a.C. la civilización fenicia, procedente del extremo oriental del Mediterráneo (lo que hoy sería Siria, Líbano, Israel y Palestina), fue ocupando lugares costeros siguiendo la orilla sur del Mediterráneo, llegando más allá del estrecho de Gibraltar, donde gracias a las características geográficas se establecieron a ambos lados del Estrecho, fundando Barbesula, Carteia, Iulia Traducta, Mellaria, Baelo Claudia, Abyla, Alcazarseguer, Tingis, Cotta, Tahaddart, Sania e Torres, Metrouna… De dicha época tenemos un legado materializado en estructuras murarías (junto a la catedral) y cerámicas (del yacimiento mencionado y recuperadas de los fondos marinos). El hecho de dominar el comercio marítimo les otorgó un gran poder, ejerciendo de nexo de unión (comercial y cultural) entre ciudades y colonias de ambas extremos del Mediterráneo e incluso fundando ciudades como Cartago que después se convertirían en la cuna de la civilización púnica. Tal poder les llevó a rivalizar por el control de los mares con los propios griegos, de los que también nos han llegado restos cerámicos, además de menciones en diversas obras literarias y trabajos científicos denominándola Hepta Adelphoi. No podemos afirmar un papel crucial de Abyla (Ceuta) en el despliegue fenicio pero sí podemos acordar que al menos desde el siglo VII a.C., la ciudad formó parte de una red de localidades (que no de territorios) que atravesaba el Mediterráneo de Oriente a Occidente en su vertiente sur.
Ceuta pasó a formar parte de la civilización púnica entre los siglos IV y II a.C., como atestiguan las ánforas recuperadas (aunque por el momento no se han encontrado restos de un asentamiento), pero el hecho de que Cartago no solo mantuviera las ciudades y colonias fundadas por los fenicios sino que las aumentara reforzando su poder militar y comercial en la costa africana, en las principales islas del Mediterráneo (Sicilia, Cerdeña, Córcega, Baleares…) y en territorios interiores (península Ibérica, norte de África, Medio Oriente), hizo que nuestra ciudad intensificara sus relaciones con otros puertos, hasta el punto de que los productos derivados de los salazones se vendieran en Corintio (Grecia), mostrando nuevamente las conexiones comerciales entre extremos del Mediterráneo.
Tras las guerras púnicas, con la desaparición del imperio cartaginense, Ceuta quedó inscrita en el Reino de Mauritania (que siempre mantuvo relación tanto con los fenicios como con los cartaginenses), hasta la irrupción del imperio romano en el año 44 d.C. quedando incorporada a la provincia de la Mauritania Tingitana. Posteriormente la provincia pasó a formar parte de la Hispania Ulterior como Hispania Transfretana. Durante este período ya no se trataba de una ocupación costera sino de amplios territorios en cuyos interiores se desarrollaron ciudades, industrias e infraestructuras. Con el paso del tiempo, la ciudad fue consolidando su estatus dentro de la organización administrativa del imperio romano, adquiriendo en el siglo II la calificación de municipio romano. Si bien no se ha encontrado un trazado urbano que permita afirmar la existencia de una ciudad, las excavaciones arqueológicas sí constatan la presencia de una fortificación en el istmo y de una importante industria asociada a los salazones (con restos de piletas y de ánforas), situando la ciudad como un elemento más del complejo industrial en torno a la industria pesquera del estrecho de Gibraltar, en el que el producto más codiciado por Roma era el garum, hasta el punto de que comerciantes ceutíes lo vendían en los mercados de la capital del imperio. Aunque no hubiera una ciudad como tal (al menos no se ha encontrado nada por el momento), tampoco se trataba de un simple fondeadero, de lo contrario no se hubiera construido la basílica paleocristiana (entre el siglo IV y V) para enterrar a sus ciudadanos.
A principios del siglo V los vándalos inician la expansión desde su región de origen (lo que hoy serían las costas alemanas y polacas del mar Báltico) hacia el sur, traspasando las fronteras romanas y llegando hasta el norte de África, tomando primero Tánger, después Ceuta e incluso Volúbilis (cerca de Mequinés), hasta ubicar definitivamente la capital en Cartago desde la que impusieron un nuevo orden en el Mediterráneo Occidental, gracias al control sobre las Islas Baleares, Córcega, Sicilia y Cerdeña. Tal poder les permitió tomar Roma y poco después negociar un acuerdo de paz con Bizancio, hasta que en el siglo VI son derrotados por Justiniano I, en su estrategia por unificar nuevamente los imperios romanos de occidente y de oriente; Recuperatio Imperii. En su planificación era fundamental iniciar esta “reconquista” desde los polos opuestos, por un lado desde la propia Constantinopla y por otro desde la península ibérica pero utilizando como base logística la ciudad de Septem (Ceuta), desde la que abastecieron ciudades como Malaca (Málaga) y Cartago Nova (Cartagena) en su intento por recuperar terreno al reino visigodo que desde principios del siglo VI dominaba la península ibérica. La importancia que tuvo Ceuta para Bizancio quedó reflejada en las fortificaciones que permanecen, en parte, dentro de la Muralla Real. A pesar de conseguir ocupar una importante franja de terreno en la parte sur y sureste de la península, los visigodos lograron expulsar a los bizantinos a principios del siglo VII, ocupando nuevamente las ciudades de Ceuta y Tánger para poder controlar el Estrecho.
A finales del siglo VII, se inician las primeras incursiones militares del califato omeya de Damasco en el norte de África, encabezadas por el gobernador de Ifriquiya (actual Túnez) que además de lidiar con las ciudades visigodas de Ceuta y Tánger también tuvieron que hacerlo, en primera instancia, con las tribus beréberes de la región. Tras el acuerdo con el conde Don Julián, la ciudad es ocupada definitivamente en el 711 y utilizada junto a Alcazarseguer y Tánger como base para la “conquista” de la península ibérica. Dadas la heterogeneidad de las tropas omeyas que contaban con numerosos tribus beréberes del norte de África en sus filas, éstas aprovecharon la ausencia de unidades venidas de Siria para hacerse con la ciudad, hasta que a principios del siglo X, ya con el califato de Córdoba instaurado, tanto Ceuta como Tánger son tomadas y fortificadas para dificultar precisamente el cruce del Estrecho por parte de las numerosas tribus norteafricanas enemigas de califato y sobre todo protegerse de los ataques del califato fatimí, (originario de Túnez pero con la capital establecida en El Cairo). En unos momentos de disputa por la hegemonía en el mundo árabe entre los califatos omeyas y fatimíes, Ceuta y Tánger se convirtieron en la principal defensa de los primeros, cumpliendo su papel porque nunca fueron tomadas, manteniendo los omeyas el control de Estrecho desde los puertos norteafricanos (Ceuta, Arcila, Tánger y Melilla) y de la Península (Tarifa, Almería, Almuñécar, Málaga y Algeciras). Nuestra ciudad se convirtió en un puesto omeya avanzado en África como atestiguan las murallas construidas en dicho siglo y tuvieron tal envergadura que mantuvieron su función defensiva hasta el siglo XVI como veremos posteriormente. Este dato es relevante pues los modelos de fortificaciones evolucionan constantemente para poder adaptarse a las nuevas tácticas militares y a las armas empleadas, por ello, sería interesante investigar cuántos recintos amurallados en el mundo han tenido una vigencia de 600 años, no que hayan permanecido en pié durante ese tiempo sino que hayan estado en uso durante 6 siglos (es probable que no haya muchos). La relevancia de estas murallas pudiera radicar en el hecho de que no estaba en juego sólo la toma de Ceuta sino la del propio califato de Córdoba; si caía Ceuta, caía el califato.
Después de la desintegración del califato de Córdoba en reinos de taifas, Ceuta fue incluida en la taifa de Málaga, posteriormente en la de Granada tras conquistar ésta la de Málaga, hasta que una tribu beréber de los barghawata toma la ciudad y funda la taifa de Ceuta, en cierto modo apoyado por los abasíes de Bagdad.
La inestabilidad creada con la aparición de los reinos de taifas finaliza con la irrupción de la dinastía almorávide en el siglo XI, cuyo origen se encuentra en una confederación de tribus nómadas (Sanhaya, Lamtuna y Jazula) cuyo territorio estaba comprendido entre el Alto Atlas (en Marruecos) y el río Senegal (en Mauritania). Desde el desierto del Sáhara van conquistando ciudades y fundando nuevas (como Marrakech) hasta llegar al norte, conquistando Ceuta en 1084 y posteriormente el resto de territorios asociados a las taifas en la Península. Esta dinastía llegó a controlar un territorio comprendido entre Mauritania y Mali al sur, Tremecén al oeste y la mitad de la península ibérica más las regiones al este hasta Zaragoza. El poder de esta dinastía, sin embargo, no se materializa en un legado arquitectónico o arqueológico en nuestra ciudad, pese a que cuatro ceutíes tuvieron una gran relevancia en la misma, empezando por el segundo emir, Alí Ibn Yúsuf, nacido en Ceuta, por el geógrafo al-Idrisi, el jurista (cadí) Ayyad y Sidi Bel Abbas, estos dos últimos se convirtieron en santos de la ciudad de Marrakech. Pero lo más significativo es que Ceuta se convirtió en una referencia académica y polo de atracción en todo el norte de África.
A mediados del siglo XII, los almorávides tienen que hacer frente a una nueva dinastía, los almohades (originarios de territorios al sur de las montañas del Alto Atlas), que terminarán por ocupar casi los mismos territorios, reduciéndolos por el sur hasta las regiones presaharianas pero ampliándolas por el norte de África hasta Libia. En Ceuta hasta dos rebeliones encabezadas por el cadí Ayyad supusieron la interrupción del dominio almohade sobre Ceuta y cuando lo lograron definitivamente la convirtieron en la principal ciudad del Estrecho, dentro de una provincia compuesta por otras ciudades como Tánger, Algeciras y Málaga. Resulta interesante la creación de esta provincia a caballo entre los dos continentes y teniendo como territorio común el estrecho de Gibraltar. Sin duda, se trataba de dotar de mayor control el paso marítimo entre ambas orillas tal y como hicieron los omeyas dos siglos antes e incluso mucho antes, cuando los fenicios y romanos ocuparon el territorio marítimo del estrecho de Gibraltar. El Estrecho era (y es) fundamental para mantener el poder a ambos lados del mismo.
Nuevamente, la decadencia de una dinastía llevó consigo la aparición de pequeños reinos o taifas, así, Ceuta pasó a depender de la de Murcia a mediados del siglo XIII (aunque mantuvo su vasallaje con los almohades primero y después con una dinastía en territorio fundamentalmente tunecino pero también argelino y libio).
A finales del siglo XII y principios del XIII el reino nazarí de Granada y la dinastía meriní de Fez se disputaron el control del Estrecho, y por tanto de Ceuta, con alternancias en sus conquistas, hasta finales del XII en el que definitivamente son los meriníes los que van a gobernar en ella por un largo período de tiempo. Sin embargo, los intentos de recuperar territorio en la Península a costa del reino nazarí y del reino de Castilla, las ansias de expansión por el este magrebí, el desembarco de los portugueses en las costas norteafricanas y el empuje de la dinastía saadí por el sur, terminaron por debilitar la influencia meriní, que no solo se basaba en un poder militar y comercial, la estrategia para establecer un dominio utilizaba también la educación y la cultura mediante la construcción de madrasas en las principales ciudades, como la madrasa al-Jadida de Ceuta, recuperando así un puesto de referencia en el norte de África como centro educativo.
La pérdida de Ceuta a principios del siglo XV fue clave en el declive meriní pero la llegada de los portugueses a África tuvo consecuencias aún mayores pues con ella iniciaron la expansión de su imperio que les llevará desde África hasta China, ejerciendo un poder naval y comercial casi sin precedentes. Con la toma la ciudad se considera que ésta entra en la Edad Moderna dejando atrás la Edad Media.
La presencia portuguesa provoca una intensificación de ataques y asedios por parte de los meriníes y de sus sucesores, los watasíes, que tuvieron como capital Fez pero gobernaron sobre un territorio sensiblemente inferior al de sus predecesores (lo que hoy sería el centro y norte de Marruecos). Si bien al principio se utiliza la fortificación omeya, los portugueses se ven obligados a construir prácticamente una nueva fortificación (apoyándose en la existente) que hoy conocemos como Muralla Real y que incorporaba un foso navegable. Por otra parte, la ocupación portuguesa de buena parte de la costa atlántica (Alcazarseguer, Tánger, Arcila, Larache, Salé, Azamor, El Jadida, Safí, Esauira, Agadir…) y algunos puntos interiores, se produce en un contexto particularmente complejo para los watasíes, ya que también tienen que hacer frente la presión española en las costas del Mediterráneo (con la conquista de Melilla), a la llegada de los otomanos por el este y sobre todo al empuje desde el sur de una dinastía, la saadí, llegada del desierto (del valle del Drâa en Zagora) y que había establecido su capital en Marrakech. Mientras la corona portuguesa consolidaba sus posiciones atlánticas, los saadíes ganaban territorio por el norte hasta hacerse con Fez y dar por concluido el sultanato watasí. Años después inician una expansión hacia el sur conquistando el Imperio songhai (que comprendía prácticamente todo Malí y una parte de Níger, Burkina Faso y Senegal), con el objetivo de asegurarse el comercio, entre otros productos, de sal, oro y esclavos y controlando un territorio estratégico comprendido entre el Mediterráneo y el Sahel desde finales del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII. Al tener enemigos comunes, portugueses y especialmente otomanos, se puede decir que saadíes y españoles fueron aliados durante buena parte del sultanato hasta que éste inició su declive a principios del siglo XVII.
Antes de la desaparición de los saadíes, se produce un hecho relevante para Ceuta, la anexión de Portugal por parte de España en 1580, añadiendo a las plazas de Mazalquivir, Orán (estas dos en Argelia), Melilla, el peñón de Alhucemas y el peñón de Vélez de la Gomera, las de Ceuta, Tánger, Arcila y el-Jadida. Durante este tiempo, los conflictos en el Mediterráneo provocados por la lucha hegemónica entre otomanos y españoles, junto al papel de piratas y corsarios, trastorna las rutas comerciales con el Sahel, dirigiéndose hacia el Atlántico de ahí el interés de España por reforzar su presencia en la costa atlántica y en el Estrecho, por dónde se le daba salida a gran parte del comercio sahariano.
Cuando en 1640 se separan los reinos de España y Portugal, los habitantes de Ceuta deciden tras un referéndum permanecer bajo el dominio de la corona española.
En cierto modo, la dinastía saadí sentó las bases de la dinastía que aún reina en Marruecos desde el siglo XVII, los alauitas. El sultán Muley Ismail establece como premisa fundamental para mantenerse en el poder el control del territorio y de las rutas comerciales, para asegurar una economía que permita a su vez financiar un ejército, el cual se podría considerar como profesional al no contar con las alianzas (típicas hasta la fecha) de tribus árabes y beréberes, sino con todos los habitantes de raza negra que habitaban el territorio alauí, independientemente de que fueran libres, “harratines” (hombres libres por segunda vez) o esclavos (Le Maroc noir une histoire de l’esclavage, de la race et de l’Islam. Chouki el-Hamel). Para ejercer el control de las rutas entre el Sahel y Europa era imprescindible conquistar las ciudades del norte de África, entre ellas Ceuta, lo que intentó con un cerco de 33 años, durante los cuales las autoridades militares se vieron obligadas a construir importantes obras de fortificación en las murallas del istmo. El asedio se complicó aún más al verse cortadas las comunicaciones con Gibraltar, quien proporcionaba apoyo logístico, tras su captura por parte de las flotas inglesas y holandesas.
En 1780 el sultán de Marruecos propone un convenio de amistad y comercio, el Tratado de Aranjuez de 1780, para poner fin a siglos de hostilidades entre ambos países y así poder centrarse en apaciguar las disputas internas y en el desarrollo de su país, para lo cual era necesario que imperase la paz con el vecino del norte e iniciar intercambios comerciales. Esta postura de acercamiento a España no fue compartida por su sucesor y durante el resto del siglo XVIII se reanudaron las campañas militares para la conquistas de las ciudades españolas del norte de África.
Desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX 4 países (España, Marruecos, Francia, y Reino Unido) se disputan el control del estrecho de Gibraltar, convirtiéndolo en un tablero de juego de estrategia donde las alianzas se hacían y deshacían según múltiples y complejos intereses, en la mayoría de los casos, relacionados con la supremacía en Europa y en definitiva en el mundo, puesto que esos imperios también estaban disputándose, y repartiéndose, el control sobre varios continentes mediante las colonias que acababan de establecer en numerosos países y en prácticamente todos los continentes. Esta inestabilidad, y la existencia de dos vecinos hostiles como Marruecos y Reino Unido, más las amenazas de las armadas francesas y holandesas, alentó la construcción de baterías de costas para protegerse de posibles desembarcos, especialmente en el monte Hacho y en la Almina.
A mediados del siglo XIX se inicia la guerra entre Marruecos y España, sólo duró dos años y supusieron una nueva ampliación (tras la de 1780) de los territorios ceutíes, además de la construcción de nueve fortificaciones neomedievales sobre la nueva línea fronteriza (hoy quedan 7).
El Tratado de Fez (y el posterior Tratado Hispano-Francés) de 1912 supone el inicio de los protectorados de Francia y España en Marruecos, lo cual supuso un respiro para Ceuta en cuanto a hostilidades, significando además un revulsivo económico para la ciudad al convertirse en el puerto de entrada al Protectorado, pese a no estar incluido en él, con la consiguiente inversión en infraestructuras portuarias y ferroviarias. Al mismo tiempo, y al igual que en el resto de España, se van a poner en marcha los primeros planes urbanísticos para el ensanche de la ciudad, y en 1930 se convoca un concurso ganado por Gaspar Blein, aunque la Guerra Civil impide que se ponga en marcha. Durante los años de la República se inicia un esfuerzo por erradicar el chabolismo y se ponen en marcha edificios públicos que hoy están protegidos por el PGOU como el IES Siete Colinas, el parque de bomberos, el mercado de abastos, la estación de autobuses, así como numerosos edificios de viviendas. La Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial suponen un paro en la economía de la ciudad y no será hasta los años 60 con la puesta en marcha de un plan económico del Estado a nivel nacional que se le da un impulso al comercio de bazar y al bunkering en el puerto. Ambos sectores vienen a paliar el déficit provocado por una disminución de la población y de los efectivos militares. Finalmente el PGOU que se pone en marcha es el diseñado por Pedro Muguruza en 1944, con nuevas barriadas y viviendas, las mezquitas de Sidi Embarek y Muley el-Mehdi, pero los principales edificios oficiales muestran un estilo acorde con el régimen franquista. Sin embargo, sí que hay un cambio importante con la ejecución de calles y carreteras que serían fundamentales para la ciudad, como la carretera Nueva y el puente Martínez Catena. Este desarrollo llevó implícito la destrucción de una buena parte del patrimonio que aún se mantenía, especialmente en la zona ocupada por el Parador La Muralla, si bien se podría afirmar que con el proyecto del hotel del arquitecto Carlos Picardo se consigue proteger la Muralla Real de su destrucción.
Tras la entrada de España en la Comunidad Económica Europea (1986), Ceuta recibe una fuerte inversión económica durante años que posibilitó una serie de transformaciones en la ciudad, entre las que destaca los terrenos ganados al mar en la Marina y la posterior construcción del Parque Marítimo del Estrecho del artista canario César Manrique, la ampliación del Ayuntamiento (Cruz y Ortiz, 1989-1993), la rehabilitación del Conjunto Monumental de las Murallas Reales (Juan Miguel Hernández de León), el Desdoblamiento del Paseo de las Palmeras (Carlos Pérez Marín, José Luis Pérez Marín y Antonio Molina Ortiz 2001-2003), el Centro Cultural de la Manzana del Revellín (Alvaro Siza), la Biblioteca Pública del Estado (Paredes Pedrosa Arquitectos). Con diversa y alterna regularidad, Marruecos lleva a cabo campañas para reclamar la soberanía sobre Ceuta y Melilla, empleando normalmente la presión migratoria sobre la frontera e incluso a veces ocupando la isla del Perejil (2001) y alentando la entrada 12.000 jóvenes marroquíes en Ceuta (2021), provocando dos de las crisis más graves entre los dos países vecinos en este inicio del siglo XXI. En ambos casos, el temor principal entre las potencias occidentales no residía tanto en la soberanía de las ciudades y peñones africanos españoles sino en la estabilidad en el Estrecho, la segunda ruta marítima más transitada del mundo, tras el canal de la Mancha, y paso fundamental de los buques portacontenedores que se dirigen desde el norte de Europa hacia Asia, así como de la Sexta Flota de los Estados Unidos, una de cuyas bases se encuentra en Rota (Cádiz) y que es esencial para el apoyo logístico en Medio Oriente y para el despliegue en África. Aún en época contemporánea el Estrecho sigue siendo un punto estratégico de primer orden mundial…
Tras este rápido repaso a la historia de la ciudad, y más allá de la incorporación de Ceuta a las distintas civilizaciones, y por tanto a una red de comunicaciones que durante un largo período ocupaba todo el Mediterráneo y el norte de África, el hecho que me gustaría destacar es el fronterizo, cómo la línea divisoria entre civilizaciones ha ido cambiando durante la historia, a un nivel regional (el estrecho de Gibraltar) y a un nivel superior (el mar Mediterráneo) y la posición que la ciudad ocupaba en cada momento. ¿Es este hecho una excepcionalidad o algo habitual en otros lugares?
Credits texts, photos and drawings: Carlos Pérez Marín