Estos último días, estamos viendo cómo la gestión de la crisis sanitaria de Ceuta está mostrando una falta de planificación y de coordinación por parte de nuestras autoridades y que de haberse realizado debidamente podría haber reducido el número de fallecidos por la COVID-19. Es triste, muy triste que ni siquiera ante esta crisis, nuestros gobernantes sean capaces de hacer autocrítica y de tomar decisiones pensando en el interés general.
Desgraciadamente, estas actuaciones son el reflejo de una manera de entender la gobernanza, con políticos arrogantes que se creen salvadores y que no aceptan ayudas si no son para reafirmarlos en sus decisiones. Desde hace años, instituciones como el Colegio Oficial de Arquitectos y el Instituto de Estudios Ceutíes han mostrado en conferencias, artículos, escritos y mesas redondas las graves disfunciones generadas en la ciudad por la inexistencia de planificación urbana, la ausencia de desarrollo del Estatuto de Autonomía o por la invalidez del modelo económico basado en el comercio transfronterizo. A pesar de todas las advertencias y del ofrecimiento a colaborar por parte de estas instituciones y de especialistas en materias esenciales para la elaboración de un Plan Estratégico, la Ciudad decidió enrocarse en su programa político de 140 medidas, invitando a partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales a mejorarlo, pero no a discutirlo, para poder etiquetarlo como consensuado y así legitimar la gestión de un plan que parte de un enfoque erróneo; sin un análisis serio y profundo de cómo hemos llegado a esta situación, con lo que es difícil, sino imposible, identificar los verdaderos problemas que debemos afrontar; sin una metodología de trabajo que permita el aporte de especialistas en la materia; sin mecanismos de coordinación y colaboración entre Ciudad Autónoma-Delegación del Gobierno-Gobierno Central. Que nuestros gobernantes piensen que instituciones como los colegios profesionales, asociaciones, colectivos o simples ciudadanos, no tengan capacidad para aportar y para ayudar a sacarnos de estas crisis, quizás sea una muestra de que nuestro sistema político haya colapsado.
De igual manera que los arquitectos han ejercido su labor de explicar a la sociedad los verdaderos problemas que acucian la ciudad en materia urbanística y sus posibles soluciones (que no es solo el PGOU), ahora son los médicos (1,2,3…), enfermeros y farmacéuticos los que se ven obligados a salir en los medios de comunicación para denunciar las carencias de nuestro sistema sanitario. ¿No se dan cuenta nuestros políticos de los efectos negativos y perversos que tiene en una sociedad la falta de confianza en las instituciones? En la situación sanitaria actual, ¿a quién va creer el ciudadano cuando lea las declaraciones en prensa, al colectivo de médicos, al INGESA, a la Ciudad Autónoma? Creen un organismo de coordinación, trabajen juntos, expliquen los problemas, expongan las posibles soluciones, defiendan el interés general…
Y ya de paso apliquen esa mentalidad al resto de problemas, que no son pocos, porque si se analiza la educación, ¿qué se ha hecho en verano para adaptar las infraestructuras educativas, los métodos de enseñanza y la mentalidad de los enseñantes para asegurar un mínimo de calidad? No hay que olvidar que al menos desde junio, ya había informes que avisaban de una segunda ola de la epidemia en septiembre o en octobre.
¿Aprenderemos algo de este desastre para cuando llegue la tercera ola en primavera de 2021?
Pero el problema no es solo de nuestra clase política, estos solo se preocupan de pedir dinero a Madrid en lugar de generarlo; la mayoría de ciudadanos permanecen casi impasibles ante la deriva de la ciudad; los funcionarios, como tienen su sueldo asegurado aunque haya confinamiento o la economía empeore aún más, tampoco les afectan las crisis; otra parte de la población, por desgracia, se ha acostumbrado a sobrevivir con ayudas y no tienen expectativas de que la situación cambie, con pandemia o sin ella.
Estas son las desastrosas consecuencias en una ciudad azotada por varias crisis, donde durante décadas los políticos (todos, no solo los que ocupan puestos de gobierno) han ido tejiendo redes clientelares a varios niveles (ciudadanos-políticos, ciudadanos-gobernantes locales, gobernantes locales-gobernantes estatales) que hace que el problema no sea tan solo de una persona, de un gobierno, de un partido político o de una clase política, sino de todos nosotros al dejarnos llevar por la desidia y al permitir que se instaure una manera de pensar y de actuar en la que o estás con ellos o estás contra ellos. Y mientras tanto, las crisis continúan…
Ceuta, 11 de noviembre de 2o2o
fotografías y textos © Carlos Pérez Marín