01. Prefacio
El cine y la literatura nos trasmiten una imagen del desierto que en la mayoría de las casos es idílica y no corresponde con la realidad; espacios sin límites, con dunas de arena, con pequeños oasis, donde no hay nada, donde nadie vive, un medio hostil y peligroso… Sin embargo, su geología es una muestra clara de que se trata de un medio físico mucho más complejo, en el que no sólo hay arena, también hay piedras, rocas, montañas, ríos… Hay otro aspecto que nos podría ayudar a entender por qué el desierto es un espacio geoestratégico de suma importancia, a pesar de esa imagen de hábitat inhóspito y abandonado; del desierto salieron las principales dinastías que gobernaron en el norte de África e incluso en la península ibérica. La mayoría son originarias del Sáhara o se establecieron en él llegadas de Arabia antes de de tomar el poder, se trata de los almorávides, los almohades, los meriníes, los saadíes y los alauitas.
El desierto es importante porque entendiéndolo podremos comprender mejor tanto hechos históricos del pasado como el patrimonio material e inmaterial que nos han legado y que encontramos no sólo en el área geográfica del Sáhara, también en las regiones que estuvieron conectadas a través de las rutas de las caravanas, lo cual implica que Ceuta forme parte de este legado. Ahora bien, quizás lo más interesante no es lo que construyeron los habitantes del desierto y zonas limítrofes sino las mentalidades que han dado lugar a ese patrimonio, adaptándose a un lugar con un clima extremo y dando soluciones a problemas que estas condiciones climatológicas provocan para poder sobrevivir en dicho hábitat, lo increíble es que lo hacen utilizando solamente los elementos que tienen a su alrededor, fundamentalmente tierra, aunque también piedras, arena, madera (generalmente de palmera pero hay regiones en las que usan la madera de acacia o de chopo), paja y algo de agua. Materiales con los que construir no solo casas sino pueblos enteros.
Sin embargo, no sería preciso hacer mención exclusivamente a la arquitectura pues lo que el hombre ha construido en las cuencas de los ríos son espacios agrícolas denominados oasis, con un complejo sistema de regadío y una organización social que son los que han posibilitado posteriormente la construcción de las arquitecturas en las que habitar, como los alcázares, las alcazabas y las zauías.
02. Introducción
Ahora bien, las construcciones de adobe y tapial (o piedra) no son los únicos elementos que podríamos definir como patrimonio cultural, de acuerdo con la clasificación que hace la Unesco (según Convención General de la Unesco en París Oct-Nov 1972):
Artículo 1
A los efectos de la presente Convención se considerará "patrimonio cultural":
>>> los monumentos: obras arquitectónicas, de escultura o de pintura monumentales, elementos o estructuras de carácter arqueológico, inscripciones, cavernas y grupos de elementos, que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia,
>>> los conjuntos: grupos de construcciones, aisladas o reunidas, cuya arquitectura, unidad e integración en el paisaje les dé un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia,
>>> los lugares: obras del hombre u obras conjuntas del hombre y la naturaleza así como las zonas, incluidos los lugares arqueológicos que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista histórico, estético, etnológico o antropológico.
Si aplicáramos esta clasificación a las construcciones y obras ejecutadas en el desierto, nos estaríamos limitando a regiones que no estarían precisamente en un desierto sino en lo que se conoce como regiones presaharianas, que no deja de ser un porcentaje minoritario de la superficie ocupada por el Sáhara.
03. Área geográfica
El Sáhara (que en árabe significa desierto) es el desierto cálido de mayor extensión de nuestro planeta, dividiendo el norte de África en dos regiones, el Magreb al norte y el Sahel al sur y ocupando una franja que va desde la costa occidental a la oriental. A priori, podría suponer una barrera geográfica difícil de franquear, sin embargo, sus habitantes, y antiguamente las caravanas (al menos en la parte atlántica), habían establecido toda una red de comunicaciones (bastante más densa de lo que se podría pensar) conectando el Magreb con el Sahel, con Oriente Medio y con Europa. Es interesante observar el comportamiento de los nómadas que aún quedan en estas zonas puesto que su manera de desplazarse y de relacionarse es muy parecida a la de los marinos (más allá del símil entre olas marinas y dunas de arena).
Esta asimilación marítima nos puede dar pistas para entender cómo se conectan el Sahel y el Magreb y cómo se realiza el tránsito. Para empezar, se necesitan infraestructuras logísticas en ambas orillas (cual puertos), donde los viajeros puedan ir agrupándose antes de iniciar la travesía o donde proceder a la distribución de mercancías y pasajeros una vez llegados a dichos puntos para continuar el tránsito hacia otros lugares. A dichas zonas se les denomina áreas presaharianas y están delimitadas en el norte por las montañas del Alto Atlas y las cuencas de los ríos Noun, Drâa, Rheris y Ziz en Marruecos, y en el sur por el río Senegal y las montañas y zonas rocosas del Adrar en Mauritania.
04. Patrimonio regiones saharianas
Si nos ceñimos al patrimonio construido en el Sáhara, excluyendo el de las regiones presaharianas mencionadas, y sin tener en cuenta el patrimonio construido por España durante la época colonial (las ciudades de Esmara, El Aaiún y Villa Cisneros o Dakhla), no encontraríamos prácticamente construcciones del tipo alcázar, alcazaba o zauía al tratarse de territorios nómadas. Las únicos elementos construidos por el hombre serían los pozos de agua y que conforme nos vayamos alejando de las “costas”, se van simplificando hasta convertirse en meras perforaciones en el terreno, si acaso, con refuerzo de piedras en sus paramentos interiores.
05. Patrimonio regiones presaharianas
En las regiones “costeras” la situación cambia radicalmente como consecuencia de la red de caravanas cuyo control suponía una supremacía en el ámbito comercial y económico pero también político, militar y cultural. Esta importancia se traducía en la construcción de polos logísticos capaces de absorber y abastecer los flujos generados. Estos centros logísticos no son más que los oasis (con predominancia de palmeras, acacias, olivos y chopos) construidos en los valles y cuencas de los ríos Noun (en Guelmim), Drâa (Zagora), Rheris y Ziz (Errachidia) en la parte marroquí y los oasis creados en los bordes de la meseta del Adrar en Mauritania.
En el interior, o en el borde, de los oasis se construyen alcázares (ciudades fortificadas), alcazabas (viviendas fortificadas) y zauías (centros religiosos creados por cofradías sufíes), con dimensiones variables y que pueden complementarse entre ellos en función de la organización social del oasis, pero por lo general no más de dos tribus ocupaban (y ocupan) algunos de estos espacios habitables. Lo habitual es que se utilizara el adobe y el tapial, si bien hay regiones y emplazamientos donde la piedra podía ser el principal material de construcción, como ocurre en la región del Adrar en Mauritania o en las fortificaciones construidas por los almorávides en el siglo XI en cruces estratégicos de las rutas de las caravanas desde Mauritania hasta el Magreb.
Además de la importancia arquitectónica, las zauías podían representar un poder religioso, social y cultural, de hecho, los sultanes tenían que asegurarse tanto el apoyo militar como el religioso que solo le ofrecían la aquiescencia de las zauías y sus líderes, hasta el punto de que en ocasiones el poder de una dinastía emanaba directamente de la zauía. Así ocurrió en los siglos XVI y XVII con la dinastía saadí, surgida de la zauía Naciría, hoy en día ubicada físicamente en el alcázar de Tamgrut, al sur de Zagora, pero cuyo emplazamiento inicial aún se desconoce (si bien estaba en el mismo palmeral de Fezuata). Estamos ante un patrimonio inmaterial de gran valor ya que dicha dinastía hizo uso de la cultura y la educación como instrumento de poder y aunque la biblioteca existente no tenga valor arquitectónico o histórico alguno, los libros que se conservan en ella son testigos de ese poder cultural ejercido desde Marrakech hasta Tombuctú (el libro más antiguo proviene de Córdoba y está datado en el siglo XI).
Como parte integrantes de los alcázares, alcazabas y zauías, tenemos elementos de gran singularidad e interés patrimonial, pese al desconocimiento total de su datación debido a la ausencia de trabajos de investigación adaptados a los sistemas constructivos de los oasis. En el valle del Drâa en Zagora nos encontramos una sucesión de seis palmerales a lo largo del río Drâa con una longitud de 200 km, que albergan 233 alcázares, 26 alcazabas y 40 zauías. En todos ellos había una mezquita pero en los alcázares más importante podía haber dos e incluso tres. En total habría unas 400 mezquitas, de las cuales sólo 5 tenían alminares, de los que hoy en día solo quedan 3 (Tinmasla, Amezru y Nasrate), mostrándonos la altura que pueden alcanzar las construcciones en adobe y tapial y que estos elementos arquitectónicos son prescindibles.
No desmerecen las mezquitas del Adrar en Mauritania, construidas en piedra y que se despojan de aún más elementos constructivos hasta el punto de que el suelo puede ser incluso la arena de las dunas próximas, como sucede en Chingueti.
Asociados generalmente a las zauías (también lo pueden hacer a los alcázares) y construidos como edificios aislados, tenemos los morabitos. Originariamente es donde se enterraba a un santo sufí pero un simple enterramiento podía dar lugar posteriormente a toda una zauía y por tanto a un pueblo o aldea (en ciudades como Marrakech se convierten en barrios de la medina), convirtiéndose en lugares de paso de las caravanas por el sencillo hecho de que podían proporcionar baraka (suerte y protección divina) a los viajeros.
Otros edificios de carácter patrimonial serían las sinagogas. Se cree que las primeras tribus judías llegaron junto a los fenicios por la costa atlántica. Sin embargo, sólo se ha podido demostrar su implantación a partir del siglo II a.C. y llegaron a establecer reinos independientes como así lo atestigua el patrimonio que nos ha llegado en las regiones presaharianas del norte del Sáhara, como barrios enteros, mellahs, y, en el interior de los mismos, edificios religiosos como las sinagogas. Es oportuno indicar el papel fundamental que tuvieron algunas tribus hebreas sedentarias, pues controlaban la economía derivada del comercio de caravanas y algunas incluso crearon oasis y alcázares en ambas orillas del Sáhara. Así lo indica la tradición oral en cuanto a la existencia de una tribu, los bafurs, originarios de Mauritania pero que también tenían presencia en Noul Lamta (hoy en día en la provincia de Guelmim).
Quizás el edificio más importante de todos los que se construyen en estas regiones fue, y es, el granero o agádir, aún utilizado en algunos pueblos; auténticas fortificaciones en las que almacenar cereales, asegurando la supervivencia de la población , al menos, durante 5 años en caso de sequías prolongadas o de asedios. Estas fortificaciones suelen estar en las cotas superiores de la aldea y podían estar construidas en adobe y tapial o piedra, siempre adaptándose a la topografía, independientemente de la forma que ésta tenga, dando lugar a volúmenes y superficies singulares, como sucede con el granero de Amtudi en Guelmim. Además de sus formas, destaca por los 9 niveles que alberga en su interior y que dadas sus proporciones se asemejarían a los de un pequeño rascacielos.
En ocasiones los graneros podían también alojar a los habitantes de manera temporal en caso de ataques, convirtiéndose prácticamente en pequeños alcázares.
No obstante, la tipología mayoritaria de los graneros viene representada por construcciones similares a las alcazabas, de construcción cuadrangular y torres en las esquinas, ejecutadas con tapial y adobe.
Aparte de las construcciones arquitectónicas, hay que recordar que los oasis no existirían sin la presencia del agua, y de lo que es más importante, sin una correcta gestión de dicho recurso. La principal aportación de agua es la que llega por los ríos que discurren por los valles, pero con caudales muy variables dependiendo de las estaciones del año, dando lugar a períodos de sequía, que servían para la regeneración de cierta flora y fauna al producirse un desplazamiento de la población (y de sus animales) hacia lugares más húmedos, pero también podían producirse grandes crecidas y por tanto inundaciones, con consecuencias a veces devastadoras pero que permitían un “lavado” de las tierras y en concreto de su salinidad. Para poder ejercer un control sobre estas circunstancias, los almorávides realizaron una serie de obras hidráulicas durante los siglos XI y XII en los alrededores de Sijilmasa (Risani), que aún hoy permanecen activas aunque reformadas; pequeñas presas, diques de contención, de dirección y de repartición, canales, saltos de agua…
En menor medida, el agua que abastece un oasis puede provenir de manantiales de agua subterránea, que también requieren sus correspondientes obras hidráulicas como ocurre en Tighmert, Guelmim (Marruecos).
Cuando el caudal de los ríos y manantiales no es suficiente, se recurre a elementos cuyo origen se remonta al imperio Persa; las jetaras o qanats. Se trata de conducciones subterráneas para llevar agua de manantiales o aguas freáticas que se encuentran junto a colinas y montañas hasta los oasis, distancias que pueden llegar a la decena de kilómetros y que requieren de pozos de ventilación y de un mantenimiento constante para asegurar las condiciones higiénicas del agua y el caudal de la misma en caso de disminución de los niveles de la fuente de abastecimiento principal, lo que implica nuevas excavaciones para adaptarse a los nuevas cotas, permitiendo la llegada del agua por gravedad a través de dichos canales subterráneos. En la provincia de Tinghir hay jetaras con hasta 15 m de profundidad.
El último elemento del sistema de regadío, ya en el propio oasis, es el sistema de distribución mediante canales, los cuales se bloquean o taponan para desviar el curso del agua hacia una zona u otra del oasis para que todas las parcelas puedan tener el tiempo de agua correspondiente según el calendario preestablecido y que normalmente suele contar con 33 días en invierno y 34 en verano (con un día reservado para que los nómadas establecidos temporalmente en los alrededores puedan acopiar agua). Este sistema funciona las 24 horas del día y supone un elemento de cohesión social ya que les obliga a una comunicación constante al variar cada mes el día y hora de riego, si bien con la creación de nuevos pozos privados de manera casi masiva, esta organización social entorno al agua está desapareciendo a gran velocidad en las regiones presaharianas. El hecho de que el agua llegue a todas las parcelas por gravedad, determina el recorrido de los canales y, como consecuencia, la red de pequeños caminos y senderos que dan acceso a todas las parcelas. Se podría afirmar que los espacios públicos vienen determinados por el agua.
Para los habitantes de los oasis el abastecimiento de agua principal es el proporcionado por los pozos y que en el caso de que solo hubiera uno en todo el alcázar, este siempre estará en la mezquita, en el espacio reservado para las abluciones menores y mayores (estas últimas requieren de espacios específicos para lavarse todo el cuerpo). La presencia de agua subterránea determina por tanto la posición del pozo y de la mezquita, siendo el agua, una vez más el elemento que organiza el espacio.
Si se da la circunstancia (debido a la topografía y a la geología) de que el pozo de agua no pueda estar en el núcleo habitable, entonces el pozo tendrá que ser fortificado para permitir su uso durante posibles ataques y asedios. Esta situación se plantea en la ciudad mauritana de Uadane en la que el pozo se adentra en el oasis mientras que la ciudad fue construida sobre una colina rocosa y sin agua.
Una vez expuestos los principales elementos del patrimonio arquitectónico de las regiones presaharianas; alcázares, alcazabas, zauías, mezquitas, morabitos, sinagogas, obras hidráulicas… es pertinente explicar cómo están relacionados y conectados los oasis. A un nivel local la organización del territorio vendrá determinado por la geología, la topografía y los recursos hídricos, siendo además fundamental unas dimensiones que permitan la existencia de oasis en tal número que se puedan convertir en un polo logístico como vimos al principio. Estos condicionantes han dado lugar a tres tipos de ordenación en los principales polos logísticos de las rutas de caravanas que conectaban Marruecos y Mauritania.
La región del Adrar en Mauritania es una meseta de arenisca con acantilados y montañas que dan lugar a algunos ríos estacionales y a pequeños valles. Es en los bordes de dicha meseta en la que se sitúan los principales oasis y por tanto la población sedentaria; Uadane, Chingueti, Atar, Azugi, Terjijt… Alrededor de esta meseta el tipo de terreno característico es el de dunas de arena con escasos pozos de agua.
El primer conjunto de oasis que las caravanas se encontraban al tomar la dirección norte es el construido en la cuenca del río Noun en Guelmim, ya en la orilla norte. Esta región fue conocida como Noul Lamta y su “capital” se situaba en el oasis de Tighmert. En este caso, son las montañas y los cursos de agua (nuevamente estacionales) los que determinan un espacio y la disposición de los oasis en los bordes de la cuenca.
Por último, tenemos los valles. En Zagora, el valle del río Drâa a su paso por Zagora ha permitido la creación de seis palmerales (Mezguita, Tinzuline, Ternata, Fezuata, Ktaua y M’hamid) a lo largo de 200 kilómetros, en los que viven actualmente más de 200.000 personas, si bien la mayoría lo hace en los núcleos urbanos creados durante el protectorado francés y con un aumento considerable tanto en extensión como en población en la última década, con el consecuente abandono de los alcázares. En la siguiente imagen, los puntos negros representan los 299 alcázares, alcazabas y zauías que durante siglo acogían las distintas tribus draua, bereberes, árabes y hebreas que habitaban el valle.
Situación similar nos encontramos en la provincia de Errachidia, en la que los ríos Ziz y Rheris dan lugar a una serie de oasis con una longitud de 150 km.
Estas tres cuencas se convirtieron en los puntos de salida y llegada de las caravanas que se dirigían hacia, o venían de, Mauritania y Mali. En definitiva, eran los puertos saharianos de la costa norte del Sáhara aunque en un momento determinado de la historia hubo un cuarto puerto, Tamdult, cerca del oasis de Akka en la provincia de Tata pero que no tuvo relevancia durante tanto tiempo como los otros.
Una vez conocido el patrimonio arquitectónico del desierto, la relación entre los diferentes elementos y las conexiones entre los oasis, resultará más sencillo comprender el patrimonio de ciudades que si aparentemente no tienen nada que ver con el Sáhara al estar al norte de la frontera natural, las montañas del Alto Atlas, en realidad son una muestra de cómo el conocimiento y la experiencia de vivir en este hábitat ha permitido crear ciudades desde cero, hasta llegar a convertirse en la capital de imperios que se asentaron en la península ibérica, en el Magreb y en el Sahel.
Marrakech fue fundada entorno a 1070 por una confederación de tribus nómadas cuya área de movimiento estaba comprendida entre las montañas del Alto Atlas y el río Senegal. Las tribus lamta, gudala (o jazoula) y zanhaga (o zenega) decidieron asociarse y comenzar una expansión cuyo alcance requería la fundación de una ciudad situada en un lugar más céntrico respecto a la superficie que tenía que controlar. En un principio los jefes de las tribus estuvieron considerando instalarse en la ciudad de Aghmat (30 km al sureste de Marrakech), capital de la región, pero debido a la imposibilidad de aumentar su extensión, dada la presencia de las primeras estribaciones del Alto Atlas, al final se decidieron por un lugar en el que sólo había un río, varios afluentes y terrenos baldíos con presencia de arbustos y pocos animales según la crónica de Ibn Idhari de 1312 (al-Bayān al-mughrib, traducción de Ambrosio Huici Miranda 1963); te hemos elegido un lugar desierto, en el que no había más seres vivos que gacelas y avestruces, y en el que no crecían más que lotos y coloquintos. Allí crearon, no una ciudad (que se correspondería con la medina actual), sino un oasis, un espacio agrícola donde lo más importante era hacer llegar el agua desde las montañas dada la irregularidad del caudal de los ríos. Para tal fin tuvieron que construir multitud de jetaras, así como albercas para poder almacenar el agua y utilizarla posteriormente tanto para el riego de las parcelas como para la distribución de agua potable en el interior de la medina. Algunas de estas albercas siguen existiendo y dando servicios a los campos de cultivo que rodean la ciudad antigua.
En la medina, las principales construcciones patrimoniales serían las fortificaciones, con 18 km de muralla y 11 puertas de acceso, además de las alcazabas que han sido utilizadas como palacios reales, así fue con el palacio Babi o el actual Dar al-Majzén. También destacan las mezquitas (Kutubia, Ben Yusef, Mulay el-Yazid, Mouassin, Bab Doukala…), pero además de por el propio edificio religioso, destacan aún más por los complejos socio-educativo-cultural que tenían asociados; escuela coránica o madrasa, biblioteca, viviendas, fuentes públicas, baños… Algunos de estos complejos tenían su origen en un morabito y la importancia del conjunto estaba directamente relacionada con la relevancia y poder del santo allí enterrado y de sus seguidores. Es lo que sucede con la zauía de Sidi Bel Abbás as-Sabti, nacido en Ceuta y uno de los siete santos de Marrakech. La dinastía saadí construyó un imponente complejo que sigue siendo lugar de peregrinación para los pobres. En realidad, estamos ante modelos desarrollados y ampliados respecto a los existentes en los alcázares del desierto, utilizados por las dinastías para ejercer un mayor poder blando sobre sus propios territorios y los aledaños, a través la religión, la cultura y la educación.
Ahora bien, todo el desarrollo “urbano” de Marrakech y su influencia no hubiera sido posible sin el comercio de caravanas que hacía de la ciudad un verdadero centro cosmopolita conectado directamente con el Sahel, Oriente Medio y Europa. Precisamente, para poder controlar ese comercio era imprescindible garantizar la seguridad de las diferentes rutas. Para ello, la dinastía almorávide construyó una serie de fortificaciones desde Mauritania hasta el norte de África, siempre en puntos estratégicos, elevados y en un cruce de varias rutas. En Marruecos aún hay restos de 8 fortificaciones; Agwidir y Taghjijt en Guelmim; Irhir N’Tidri y Tazagurt en Zagora; Aufilal y Jebel Mudauar en Errachidia; Tasghimut en Marrakech; Amergu en Taunat. Se da la circunstancia de que excepto la primera, en la antigua Noul Lamta (hoy Asrir-Tighmert), que fue construida en el siglo XI en tapial y adobe, el resto son de piedra, al igual que ocurre con las construcciones del Adrar (Azugui, Atar, Chingueti y Uadane).
El poderío mostrado por los almorávides, capaces de ordenar y controlar un territorio tan amplio, con recorridos de más de 2.000 km, contrasta con el patrimonio que han dejado en la ciudad de Ceuta. Salvo algunos restos cerámicos, no han aparecido evidencias de fortificaciones, ni tan si quiera de construcciones residenciales. Ello no significa que la ciudad no tuviera relevancia durante los siglos XI y XII, pues en ese período nacieron personajes ilustres como el jurista Cadí Ayyad, el santo Sidi Bel Abbás as-Sabti, el geógrafo al-Idrisi o el segundo emir de la dinastía Alí ibn Yúsuf (que además se crió en la ciudad). Esta circunstancia puede servir para entender el alcance que pudo tener la fortificación construida en el siglo X por los omeyas en Ceuta, que estuvo en uso hasta que los portugueses decidieron la construcción de la muralla y foso Real en el siglo XVI. Por tanto, es muy posible que los almorávides no necesitaran construir o reforzar el recinto amurallado pues tenían capacidad técnica y económica (demostrada a lo largo de las rutas de las caravanas) para ejecutar nuevas fortificaciones si hubieran sido necesarias.
Credits texts, photos and drawings: Carlos Pérez Marín